La violencia contra las mujeres ¿es sólo un asunto de mujeres?

La respuesta categórica es NO, de ninguna manera. La violencia contra las mujeres es un mal que afecta a todas y cada una de las personas que están involucradas en ese círculo de horror. 

La violencia contra las mujeres denigra al que la vive y al que la ejerce. ¿Es sólo víctima quien recibe los golpes? Tal vez lleve una de las peores partes de manera tangible y visible, pero quien golpea no necesariamente está mejor, vive mejor o está exento de sufrimiento. 

Hemos llegado en la sociedad a un acuerdo tácito de que lo único que tenemos que hacer para erradicar la violencia contra las mujeres es apoyarlas para que dejen a los hombres que las golpean y que los denuncien. Por su puesto que se trata de logros y avances invaluables, sin embargo sólo son algunas de las opciones para quienes están involucrados. Quien vive violencia tiene que aprender a defenderse y salir, literalmente para salvar su vida, de esa situación. Esas medidas, sin embargo, distan mucho de ser las soluciones al problema de fondo.

Las personas que viven en un círculo de violencia están vinculadas por resortes profundos que las llevan a actuar de esa manera, y muchas veces el entorno sociocultural lo fomenta. “Calladita te ves más bonita”, “Dale una cachetada, no seas maricón” son frases que se escuchan con regularidad en las conversaciones sociales. A veces se dicen de broma, otras tantas en serio, pero el hecho es que están presentes. 

El problema debe abordarse desde el fondo, y la solución no es exclusivamente separar a la víctima de su victimario. La víctima tiene que salir por si misma de esa espiral y darse cuenta de que tiene la posibilidad de relacionarse con el mundo y con su pareja desde otra óptica. Si encuentra las causas que la han llevado a aceptar ser denigrada y merecedora de acciones violentas en su contra encontrará también la manera de vivir diferente y de respetarse a sí misma. Si simplemente se le separa de la persona que la violenta y no se le apoya para resolver las razones que la hacen aceptar ese trato, es factible que en el futuro cercano vuelva a vivir lo mismo, con la misma persona o con otra. Si no sabe relacionarse de una manera distinta y no puede pensarse y por lo tanto vivirse a si misma en una situación diferente, su relación con el mundo no cambiará y volverá a aceptar vivir en una espiral que la destruya. Debe dejar de autodenominarse víctima para autoconcebirse como una persona valiosa. Los programas de apoyo deben orientarse a resolver los problemas inmediatos y a sacarla de su propia autovictimización en el largo plazo. 

El otro lado del problema es el victimario, quién irónicamente, también es víctima en esta situación. Cuesta trabajo decirlo y aceptarlo, pues él es quien ejerce la violencia abiertamente y hace uso de su fuerza bruta de manera evidente e incontrolada. Sin embargo, ¿sabe que existe una manera diferente de relacionarse y ejercer su masculinidad aparte de los golpes o la violencia en sus diversas manifestaciones? Seguramente no. Es necesario que los programas que buscan erradicar la violencia contra las mujeres incluyan programas de apoyo para los hombres que la ejercen. De nada servirá que se atienda a las mujeres si no se trabaja con las causas que llevan a los hombres a responder de esa manera. Las mujeres que logran salir adelante cambian su vida positivamente y su entorno, pero los hombres que no modifican sus patrones de conducta seguirán lastimando a otras mujeres. 

Debemos erradicar la violencia en contra de la mujeres, el costo que paga la sociedad en su conjunto es altísimo: se pierde talento, se pierden recursos, se pierde lo más importante que tiene un país, su gente. Este combate, insisto, debe ser amplio y debe incluir tanto a las mujeres como a los hombres que forman parte de esta relación destructiva. 

Solamente así podemos pensar en un mundo libre de violencia. 

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