Camino hacia el olvido. (Parte 1)

Mientras estaba sentada en el camastro sobre la arena, respirando la brisa del mar y sintiendo los últimos rayos del sol sobre su rostro, Jimena recordaba -aún con nostalgia- el último beso que se habían dado. Antonio la había tomado de la cintura, metiendo las manos debajo de su blusa, y aprentándola fuerte hacia su cuerpo, la había besado con ternura, con amor, con deseo. La despedida, como tantas otras noches, conllevaba el implícito futuro encuentro. En esa ocasión sería al día siguiente para emprender juntos un viaje que llevaban semanas planeando. "Nos vemos mañana a las 9" se dijeron mientras él subía a su coche y ella entraba por el portón de madera hacia su casa. "Por fin, tres días juntos sin interrupciones..." pensó.

A las 8 y media de la mañana del siguiente día escuchó un mensaje en su teléfono en el que él le informaba que no pasaría por ella debido a que su exmujer había tenido un accidente, tenía que quedarse con su hija y arreglar todo lo que implica un hecho de esa naturaleza. "Una vez más" pensó. En esta ocasión la cancelación era justificable, pero no era la primera vez. Su relación se había caracterizado por cambios de último momento a lo largo de los meses en los que se evidenciaba que todo era más importante que ella. El lo negaba, pero los hechos manifestaban lo contrario.



A lo largo de la siguiente semana no se vieron y 7 días después él empezó a enviarle mensajes contradictorios en los que ponía de manifiesto rasgos de su personalidad que habían aparecido previamente de manera furtiva, pero que en esta ocasión era imposible no observar. Un "te quiero", seguido a la media hora por un "eres una farsante", y a los cinco minutos un "te adoro y no mereces el trato que te doy", "te amo", "¿cuándo vamos a vivir juntos?" y silencio durante días enteros.

No se volvieron a ver porque él estaba muy ocupado y ella descubrió que sus ocupaciones tenían que ver a veces con el trabajo y muchas otras con actividades inexplicables que resultaban sorprendentes por ser, aparentemente, ajenas a lo que él había mostrado de sí mismo.

Mientras veía al sol esconderse atrás de las ondulaciones del mar, volvía a sentir el dolor que sus palabras, ausencia y silencio le provocaron. ¿Qué hice mal? se preguntaba, si todo había funcionado maravillosamente bien desde el inicio y se había enamorado de ese hombre como hacía años no lo había vivido. Recordaba la patada que sintió en la boca del estómago y la garganta cerrarse cuando recibió su última comunicación: No te quiero volver a ver nunca más. Déjame en paz.

Nada parecía tener sentido. Apariciones, desapariciones, encuentros, palabras dichas y carentes de sentido ante lo apabullante de los hechos. Se preguntaba a qué se debía que su vida fuese un largo recorrido de caminos que la llevaban siempre al mismo refugio: el mar para lavar su heridas y volver a empezar.

Si tan sólo supiera lo que había pasado y la razón verdadera de ese distanciamiento. No lo sabría, y lo único que podía esperar era que el tiempo, como tantas otras veces, se llevase su recuerdo hacia el camino del olvido.

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