Sweeny Todd o el arte de amar odiando
Acabo de ver una película que no me gustó y que sin embargo me dejó pensando en algunas cosas: Sweeney Todd. El barbero diabólico de la calle Fleet. La trama es interesante y plantea otro viejo tema en la historia de la humanidad: el amor y el odio ( y lo menciono en singular porque quiero referirme a esta dualidad como un todo, es decir, como si fuesen las dos caras de una misma moneda).
La narrativa expone la venganza de un hombre (Johnny Depp/Benjamín Barber-Sweeney Todd) quien regresa a Londres después de haber sido injustamente encarcelado por quince años. La belleza de su esposa es la causa de que un abogado (Alan Rickman/Juez Turpin) le impute un cargo falso para deshacerse de él y poder disponer de su mujer. No me detendré en los detalles de la película, pueden irla a ver. Los tonos oscuros de la obra son sugestivos e indudablemente se conciben como un excelente marco para el contenido propuesto por Tim Burton, el director. Habría mucho que comentar sobre el humor negro, la adaptación musical de Broadway y poco que decir sobre los excesos de sangre.
Me resulta atractiva, y muy humana, la propuesta de hablar del odio como consecuencia del amor profundo. Me explico, el personaje central de la película Sweeny Todd –quien alguna vez fue Benjamín Barber , es un ser lleno de odio y sed de venganza. Lo separaron de su amada Lucy y lo único que desea al regresar a Londres es acabar con la vida del juez.
¿Por qué será que los hombres y las mujeres amamos y odiamos con la misma intensidad? ¿Será a causa de la libertad intrínseca que nos habita y porque el amor es una forma del querer, que a su vez no es otra cosa que la reafirmación de nuestra voluntad? El amor es una manifestación de nuestro poder de decisión, es una muestra de nuestra fuerza para amar y de nuestra capacidad de decidirnos por algo o por alguien. Porque existo y soy libre puedo amar.
La película que dirige Burton es la proyección viva de esta realidad en un espejo roto. El odio del personaje central es también un acto de voluntad, odia porque le ha sido arrebatado su objeto de amor y porque un tercero interfirió en su capacidad de vivir el amor. Parecería que el juez cometió un atropello por doble partida: no sólo le arrebató a su amada sino que le robó, y asesinó, su voluntad de amor y el amor. Asesinó a Barber. La libertad de Todd, por su parte, se manifiesta en el odio, es su opción, su móvil, su razón de ser.
En el amor es fundamental la confirmación de la existencia del ser amado, y sobre todo la reciprocidad; el odio confirma o bien la existencia del ser amado y el amor que uno siente no correspondido o bien la inexistencia o desaparición del ser amado y obviamente, la carencia de esa necesaria confirmación. El odio del barbero tiene una razón de ser, pero no dejo de cuestionarme sobre las dificultades del amor. Por algo el lema de la película es: nunca olvides, nunca perdones.
En fin, si estamos vivos, sentimos, y el amar y el odiar reafirman nuestra condición. ¿Tiene sentido en vida nunca olvidar y nunca perdonar?
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Comentarios
Un abrazo...
Coincido en que el amor y el odio se juntan en algún extremo. Uno existe pues el otro también está presente en el mundo.
Hace años alguien me dijo que sólo podía odiarse lo que uno amaba, en ese momento no lo entendí. Hoy esto me lleva a pensar que el odio es un sentimiento que no puede repartirse indiscriminadamente, pues la verdad es que para hacerlo -partiendo del dicho-sólo podría sentirse eso por nuestro objeto de amor, y el amor profundo no se siente con esa frecuencia tampoco muchas veces en la vida.
Prefiero sentir amor, el odio me deja con un inmenso hueco interno, pero también me destroza reconocer que el lugar que ocupaba mi amor ha quedado completamente vacío (o lo que es peor, que mi lugar en la vida de alguien más lo ocupa, en el menor de los casos, el vacío).
En fin, vivir asépticamente y sin emociones puede evitar cualquier sentimiento de esta naturaleza, pero un alto costo. ¿Qué le vamos a hacer?
Gracias por tu visita.
Por otra parte, hay tres directores de cine que me hacen mucho daño y de los que soy adicto compulsivo. El arte de estos genios sublimes es tan increíble que llegó al éxtasis y la exasperación más elevada. Me hacen daño, sí. Porque tocan el arte y la originalidad en grado sumo.
Me refiero a Sergio Leone, Terry Gilliam y a mi amado Tim Burton. Tardé tres años en ver Big Fisch porque cuando apenas la veía, lloraba y temblaba. Burton toca como nadie la fibra humana más intima y sensible y despoja de sus mantos, el horror interno del ser humano. Burton me hace llorar. Lo odio tan profundamente que muero de amor por su arte.
Efectivamente, Burton presenta al ser humano de manera descarnada, sin matices, puro, sin nada que lo oculte, lo cubra o lo esconda. Hace falta entendernos, reconocernos y asumirnos así para asumirnos plenamente vivos.
Sos intenso pibe.