El arte de pintar el mar: Aivazovsky
Es inevitable en una conversación de café no tocar el mundo del arte. Por alguna razón, la pintura siempre me ha producido una extraña fascinación. Si se suma mi atracción por ella sumada al embrujo que me genera el mar, los caminos inevitablemente me llevaron a Ivan Konstantinovich Aivazovsky, sobre quien quiero conversar hoy con ustedes.
¿Quién es él? Se trata de uno de los pintores armenios más destacados del auge cultural ruso del siglo diecinueve. Nació el 17 de julio de 1817 en la cosmopolita ciudad de Theodosia, Crimea. El italiano, el turco, el armenio, el tártaro, el griego le eran lenguas familiares y de la misma manera creció cerca de artistas de diversos géneros, sobre todo músicos y pintores. Su afición desde joven se orientó hacía la pintura. De hecho, cuentan los biógrafos que fueron sus dibujos al carbón, pintados sobre las blancas paredes de Theodosia los que llamaron la atención del gobernador de la ciudad, Kaznacheyev, quien le ayudó a entrar a la escuela en Simferopol y posteriormente a la Academia de las Artes en San Petesburgo, en 1833.
El talento del joven Aivazovsky para la pintura de batalla y marina fue rápidamente reconocido por sus maestros. A través de diversos viajes y mediante su contacto con diversas escuelas y artistas logra perfeccionar su técnica y estilo, consolidándose al paso de los años como el pintor oficial de la Marina Rusa.
A lo largo de su vida, el mar y las batallas que en él tuvieron lugar fueron su tema principal, sin embargo, los países y las planicies del Cáucaso tuvieron el honor de ser recordadas por él y plasmadas en sus lienzos.
Murió en su tierra natal el 19 de abril de 1900.
Uno de mis cuadros favoritos es Vista de Constantinopla a la luz de la luna, pintado durante su gira por Grecia y Asia Menor alrededor de 1845 (el cuadro está fechado en 1846). Esta obra puede ser analizada desde ópticas distintas, yo simplemente me limitaré a decir que no deja de sorprenderme la maravilla del talento artístico y la manera en que los hombres expresan y transmiten sensaciones.
Me resulta incomprensible que los tonos ocres dispuestos de esta manera puedan transmitir emociones de esperanza, cambio, tranquilidad y grandeza. El cuadro refleja la esperanza de la llegada del día en medio de la luz de la luna. Esta transición diaria, clara y perfectamente representada en el lienzo no es otra cosa que el reflejo de una ley universal de la vida: lo único permanente es el cambio.
Por otro lado, una ciudad como Constantinopla puede ser vista, desde la óptica de Aivazovsky, como un remanso de paz. Esto, me parece, no es otra cosa que la clara ley de pesos y contrapesos de la existencia: la ciudad más agitada a mediados del siglo XIX (y durante muchos siglos en la historia de la humanidad) deja de serlo a ciertas horas del día. Dicho de otra manera, sólo puede encontrar paz y tranquilidad lo que de manera constante está en permanente movimiento. Por último, la grandeza y majestuosidad de la ciudad pueden ir mano a mano con la grandeza y majestuosidad de la luz dorada que ilumina la noche.
Acompaño este post con algunas otras imágenes para su deleite.
La Ola
Viaje en Góndola a la luz de la luna en Venecia
En el Puerto de Odessa
Comentarios
Mil gracias por traer esos recuerdos a mi.
Gracias a ti. Me encantó tener la sensación de ver al mar a punto de salirse del cuadro. Pintar el mar en la noche, eso me dejó apabullada. Hubiera querido presentar más cuadros de Aivazovsky, tal vez deje el bocado para otra ocasión.
Que bueno que lo disfrutaste, esa era la idea.
¡Buenas noches!
Gracias por darte el tiempo y el espacio para conversar con un café irlandés sobre estos temas. Bienvenida y espero que pronto podamos, efectivamente, ver el mar en directo y a todo color.
¡Gracias por estar aquí!
un saludo.