Luto en las letras y en el corazón. Murió Andrés Henestrosa
La biografía de una persona no es más que la enumeración cronológica de sus pasiones, amores, desencuentros e imaginación. ¿Qué puede decirse de Don Andrés Henestrosa que refleje verdaderamente la esencia de su corazón y la vida que palpitaba por su mirada?
¿Qué significa saber que nació en Juchitán, Oaxaca, en 1906, que fue poeta, narrador, ensayista, orador, escritor, político e historiador? ¿Qué nos dice de su manera de vivir, mirar y sentir la vida el hecho de haber contribuido a la fonetización del zapoteco? Apoyó a Vasconcelos, escribió “Los hombres que dispersó la danza” y “Andanzas, sandungas y amoríos”. Observó, criticó, analizó, vivió el acontecer del ultimo siglo mexicano.
Esto tan solo describe su vida, pero cómo olvidar su permanente sonrisa, su inacabable coquetería, su palabra presta y salvadora de cualquier situación, su manera discreta de estar presente, sus pequeños pasos después de 101 años de caminar, su amor por la vida, por la belleza, por las sorpresas y los momentos inesperados de la existencia, su actitud siempre dispuesta a disfrutar el presente y su capacidad para dejarse sorprender como niño ante los hechos cotidianos. Cómo transmitir su amor por Alfa y su lealtad inclusive años después de su muerte.
Descanse en paz nuestro querido Don Andrés.
El olvido jamás sera su acompañante.
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Me he tomado la libertad de reproducir un texto suyo:
El Poder Redentor de la Palabra
por
Andrés Henestrosa
Viví en la capital y conocí desde luego a todos los literatos, los jóvenes Novo, Villaurrutia, Owen, y a la cabeza, Vasconcelos. Era deslumbrante. A los pintores Montenegro, Atl, Fermín Revueltas, que era muy joven; a Fernando Leal, Coria, y a ese monstruo de la pintura, Goitia.
Llegué de mi tierra hambriento de saber. Fui a ver a Vasconcelos, a pedirle ayuda, era un 15 de febrero de 1923. Me fui a la Normal, ahí me dieron cama, lavado de ropa; yo no tenía más que una muda, la lavaba y la tendía a secar en el corredor, pero yo decía: esto no será siempre así, algún día tiene que cambiar.
Me dieron libros, salía cargado de libros, no entendía yo nada, pero leía y la Divina Comedia me deslumbró. Comía yo en las cantinas, a las dos y media todo aquel que estuviera tomando una copa, tenía derecho a una fuente de botana, y yo por eso me colaba ahí.
Recuerdo un 25 de abril de 1925, había estado con un amigo mío y caminábamos cerca de donde está el teatro Blanquita, era domingo, teníamos tres días casi sin comer. Compramos tortilla, pescado y tepache, qué sabroso me supo ese tepache. La vida es dura, pero llega también la alegría. Gastar alegremente la pobreza, esa era mi riqueza.
Había entonces salones de baile en la colonia Obrera, entre las cuatro y cinco de la tarde, con un tostón se podía bailar con las muchachas.
Algunas tenían por ahí cerca su cuartito. Nunca ha faltado al hombre, al desamparado, al huérfano, una mujer. He sido afortunado porque siempre la mujer más femenina, que tiene algo de mamá, me ofrecía un pedacito de su cama. Y así afortunadamente fui amparado, reconfortado en diversas y numerosas camas.
En la vida yo no he cometido el error de confundir la moral con la vida.
Ustedes son mujeres, nosotros hombres, pero lo mismo que quiero yo, quieres tú. Lo que pasa es que la Iglesia, las llamadas buenas costumbres han complicado el trato entre hombre y mujer.
En la capital había mujeres que no trabajaban. Yo tuve un bonito empleo: leerles a las señoras porque ellas se quedaban en la casa y el marido trabajaba. Les iba a dar clases de literatura. Leía yo, por ejemplo, a una sueca Premio Nobel de Literatura, Selma Lagerlöf. Después de dos, tres horas de estar solos, emocionados con la lectura, era inevitable, nos besábamos y terminábamos amándonos en sus mullidas camas. Era instintivo, inevitable. Después retomábamos la lectura.
Siempre he creído en el poder redentor de la letra.
Comentarios
Solo cabe añadir que hay bibliotecas más ricas y mas añorables que otras.
Se ha vuelto a perder una forma magistral de sintetizar la vida, de reirla, de mirarla, de arrobarse con ella, ... de vivir. ¡Ojala y todos pudieramos recobrar una "gota de ceniza" de este devastador incendio y hacerla nuestra, para poder arrobarnos de nuestra propia vida. Eso sería suficiente para vivir intensamente y poder decirnos: ¡querido Andrés no hay olvido porque me habitas!